El obsequio que me hizo cambiar mi forma de ver la Navidad... el recuerdo del obsequio invisible más hermoso que cambió mi vida.
Año con año llega la Navidad y los anuncios te venden la felicidad en un obsequio, un momento de completa perfección, las redes sociales son una invitación para comprar un objeto más que te garantizará una feliz Navidad. Es por esto que, hasta el día de hoy, mi cuento navideño, sigue siendo el Grinch.
Con el paso de los años, la Navidad cambia significado y en tu búsqueda del regalo perfecto, puede que pierdas la magia de un verdadero obsequio, no material, invisible, que en unos minutos puede crear un cambio rotundo en ti. Si no lo buscas, es muy fácil caer en la indiferencia.
Tuve el privilegio de trabajar y estudiar en hospitales, trabajando todos los días y cada 4 días haciendo un turno de 36 horas seguidas. Veía personas en emergencia por dolor, madrugadas frías con filas interminables de personas esperando recibir atención médica y el sol era la única señal de otro día completado. Al salir de turno sabía que la Navidad venía porque en cada esquina aparecen los adornos en las calles y ahora están también las áreas para tomarse selfies en familia.
Salía a tomar aire y notaba más y más bolsas de compras, más estrés, me quedaba con las ganas de oír un "buen día" o un “¿Puedo sentarme aquí a tu lado?". Sólo gente con bolsas llenas de cosas que no necesitan y completamente ausentes en el momento, haciéndome sentir el vacío tan grande que tenemos en la sociedad.
Un día buscando aire fresco, me senté en una banca, cerré los ojos y recordé.... el obsequio que me hizo cambiar mi forma de ver la Navidad... el recuerdo del obsequio invisible más hermoso que cambió mi vida.
Cuando tenía 10 años mi abuela y madre nos dijeron que haríamos una Navidad distinta. Nos levantaron temprano y cocinamos arroz con pollo, pero eran cantidades que nunca había visto. Cuando mis brazos se cansaban ellas tomaban mi lugar y con tanto amor cocinaban. En mi mente me preguntaba, ¿qué fiesta tan grande íbamos a tener? Me parecía tan raro que no hubiera manteles ni sillas... pero seguíamos cocinando.
Cerca de la media noche nos pusieron abrigos a mi hermana y a mí, se cargó toda la comida en en el carro y fuimos a la calle. Durante el camino, buscábamos en barrancos o en las calles a esas personas con frío para darles un poco de comida. En mi impulsividad, hice lo que mis padres y mi abuela hacían. Me dieron un poco de comida, busqué a alguien y le dije “¡Feliz navidad!”. Esa sonrisa, esa mirada, sigue en mi mente.
Al terminarse la comida, regresamos a la casa y en la madrugada llegó una familia muy sencilla para ver si había la posibilidad de comer algo, no sé de dónde salió esa comida extra, pero lo valió. Para nuestra sorpresa en la mañana había todavía para los 5 un bocado pequeño. Esa Navidad no hubo pavo, no hubo regalos lujosos, pero fue PERFECTA.
Esa felicidad que me enseñó mi madre y mi abuela de trabajar para los demás, de ir a regalar una comida, una sonrisa, es el corazón de lo que La Jardinera nos enseña y cultiva en nosotros. En el día a día, no pienso en ese momento, pero cuando leo las cartas de La Jardinera, cuando me siento a meditar, encuentro de nuevo esa experiencia y ese sentimiento, y puedo abrir los ojos, oír las voces en el centro comercial, ver esos adornos y comenzar el cambio por mi... Esta Navidad no deseo excesos, que sea llena, no deseo más que abrazar a mi hermana que viene de viaje, deseo ver a mi abuela y devolverle de alguna manera esa chispa que me dio años atrás.
A cada uno, nos llegan esos obsequios de manera distintas. Sólo espero que estén abiertos y despiertos a observarlos. Deseo que algún día logren vivir un momento de completo amor y compartir con el corazón. Y que lo repliquen.