Siempre actuamos como si no hubiese una causa y efecto. Pensamos que como nos comportamos, no tiene una reacción...
Siempre actuamos como si no hubiese una causa y efecto. Pensamos que como nos comportamos, no tiene una reacción. No nos hacemos responsables de nuestras acciones y cómo esto pudo haber lastimado a otros. Pensando constantemente en nosotros mismos, creemos que la vida es injusta, que somos pobrecitos y siempre nos preguntamos: “¿Qué he hecho para merecer esto?”
Lo mismo me pasó. Cuando era pequeña siempre pensé que la vida había sido injusta conmigo. Que mi familia no me quería, que mi madre era muy severa, que mis hermanas no me comprendían y que yo era la pobrecita, la incomprendida, la buena, la que nunca hacía nada mal, siempre con buenas intenciones.
Guarde mucha rabia hacia la vida, hacia mis padres, hacia mi familia, pues “injustamente tratada”, sentía cada día como había solamente un lado de la historia. Esa historia que cree en mi cabeza por concentrarme en lo que no tenía, en vez de apreciar todas las bendiciones que la vida me había dado.
El cuerpo habla, como aprendí gracias a la Enseñanza. Toda esa rabia, ese dolor y ese odio que sentía desde que era pequeña se convirtió en grandes dolores de estómago, que terminó siendo un quiste en el estómago que necesitaba ser operado. Sin el viaje a Birmania con La Jardinera jamás hubiera comprendido lo que es la causa y efecto, y como nosotros nos creamos nuestro propio futuro.
Llegó el momento de la operación. En mi mente sería algo fácil, me quitarían la parte del estómago que no funcionaba bien y luego en un abrir y cerrar de ojos estaría en casa, comiendo, tomando y riendo como si nada hubiera pasado. Pero claramente no fue así.
La operación salió bien, solo que después de un par de días empecé a sentirme mal, a vomitar y no comprendía qué estaba pasando. Después de 2 semanas me tuvieron que volver a operar, ya que mi intestino se retorció y no dejaba pasar nada de comida.
Las cosas no pasan por casualidad. La primera operación estaba planeada, como siempre he creído tener mi vida. Pero no contaba con la complicación, pensando que por ser yo, todo saldría bien. Pero esa no era mi causa y efecto.
Siempre quise estar sin hacer nada, soy muy gandula y pase 4 semanas en una cama de hospital, sin poder salir, sin poder caminar bien, sin poder disfrutar, trabajar. Me tocó aprender a apreciar la vida, apreciar todo lo que tengo, valorar mi salud, aceptar mi causa y efecto.
Cuando era pequeña tiraba la comida porque no me gustaba, o porque era mucho, en vez de guardarla. Y me tocó pasar 2 semanas sin comer, para aprender lo que es estar sin comer, lo que es apreciar la comida.
La primera semana la acepté. Pensé que todo pasaría, que saldría rápido. Luego entre más días estaba en el hospital me encontraba pensando: “bueno, ¿ya no? ¡He aceptado y ya está bien con las pruebas!” pero no somos nosotros los que escogemos lo que es nuestra causa y efecto. Son nuestras acciones del pasado y las lecciones que necesitamos aprender, lo que la vida nos pone. Y me las seguían poniendo, la paciencia, las medicinas, el no comer. Me costó aceptarlo.
Siempre me sentí alejada de mi familia, pero era yo que los alejaba, era yo la que creaba una barrera de odio a mi alrededor, y fueron ellos los que estuvieron ahí, todos los días, visitándome y dándome ánimos mientras pasaba por mi causa y efecto.
La vida nos regresa nuestras acciones. Pagamos las facturas que durante nuestra vida hemos dejado abiertas. Si las aceptamos y las vemos como lo que son, no nos pesa el pasar el tiempo necesario en el hospital.